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Lo que no se nombra no existe. Y, sin embargo, a pesar de que el capacitismo es un concepto relativamente novedoso, lleva existiendo desde siempre. Como muchas de las injusticias de nuestro mundo; como el machismo, el clasismo, el racismo o la homofobia. En todo caso, la discriminación de quien tiene poder o privilegios frente a un colectivo vulnerable se visibiliza en un término tangible. Que se puede nombrar.

Esa palabra es el capacitismo, la discriminación hacia las personas con discapacidad. El término engloba la discapacidad física e intelectual, e incluye a las personas con diagnósticos clínicos a propósito de su salud mental. Una de las formas más frecuentes de ataque, incluso de forma involuntaria, consiste en la incorporación de términos peyorativos al habla habitual. Palabras como minusvalidez, retrasado, locura o disminuido, entre otras, pueden resultar claros ejemplos de capacitismo incluso en contextos inocentes. Son, en cualquier caso, algo que conviene evitar de cara a tratar con justicia a las personas con discapacidad.

Un paso más que el colectivo exige es asumir el esfuerzo de normalizar personas con discapacidad en lugar de discapacitados o discapacitadas. Para entenderlo, la sociedad debe asimilar que la discapacidad no nos define ni es necesariamente el centro de nuestras vidas, sino algo que nos acompaña, con lo que convivimos. Entender esto resulta fundamental para incorporar las palabras adecuadas a un lenguaje no lesivo, y fomentar la igualdad que se demanda.

Por aquí no paso

Más allá de lo simbólico, la discriminación hacia las personas con discapacidad física también está presente en el diseño arquitectónico y urbano de nuestros edificios y ciudades. A través de campañas como Por aquí no puedo, por aquí no paso, en colaboración con la DGT, ASPAYM señala periódicamente vías de acceso y tránsito impracticables para una silla de ruedas, ventanillas de atención demasiado altas, pasos infranqueables y otros despropósitos insalvables que demuestran que la accesibilidad sigue siendo una asignatura pendiente en nuestras ciudades.

Si el lenguaje nos dificulta un desarrollo en sociedad plenamente igualitario con respecto a las personas sin discapacidad, las barreras en accesibilidad directamente nos lo imposibilitan. Esta clase de capacitismo es solo el germen para realidades aún más palpables y cotidianas, desde realizar la compra con autonomía a cualquier trámite sanitario, tributario o de ocio, y que puede implicar un obstáculo más para las personas con discapacidad en la formación educativa, el acceso a un empleo y a una vivienda dignas, y el sustento diario con autonomía plena.

Ejemplo de superación, la otra cara del capacitismo

Pero el capacitismo, cuando se trata de la discriminación a personas por su discapacidad, tiene otra cara. El considerar un ‘ejemplo de superación’ realizar cualquier tarea, al partir de la base de que una persona con discapacidad, no podría hacerla, es también capacitismo. En este juicio caen, de forma indiscriminada, personas con y sin discapacidad.

El hecho de que las personas con discapacidad también intenten ‘superarse’ nace de las exigencias de una sociedad que les demanda que sean ‘capaces’. Ellas mismas quieren sentir que son iguales que el resto. Los mensajes trufados de psicología positiva con una persona con discapacidad que hace deporte o trabajando en el primer mundo son, también, capacitismo.

En la discapacidad física abundan los ejemplos de personas con problemas de movilidad ‘logrando’ bajar (o subir) escaleras. Son otro ejemplo de capacitismo: no hay que aplaudir que alguien pueda bajar escaleras, sino cuestionarnos por qué hay que aprender a bajarlas.

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