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¿Cuál es la mejor accesibilidad? para Enrique Rovira-Beleta, arquitecto, parapléjico y usuario de silla de ruedas, y asociado de ASPAYM Catalunya, con más de 40 años de experiencia en su trabajo, está claro: «Es aquella que no se nota que está, que pasa desapercibida». A lo largo de su carrera, Rovira-Beleta ha trabajado para varios proyectos de gran importancia.

Así, ha sido el responsable, entre otros, de la accesibilidad en el comité organizador de los Juegos Olímpicos y Juegos Paralímpicos de Barcelona ’92, en los que ha revisado todas sus instalaciones deportivas y la Villa Olímpica/Paralímpica.

Además, ha sido responsable de los pabellones y la arquitectura efímera de la Expo de Zaragoza 2008, el estudio de viabilidad del plan de accesibilidad del Conjunto Monumental de la Alhambra y el Generalife en Granada; y los borradores de las normativas de accesibilidad en Cataluña.

«Hoy todo el mundo va con ruedas», señala. Bicicletas, patinetes eléctricos, cochecitos para bebés, maletas… y también sillas de ruedas para personas con discapacidad física. «La realidad es un ejemplo claro de que siempre vamos por delante de las normas», asevera. Solo en su ciudad, Barcelona, ya hay pequeños indicios en las dimensiones de los ascensores en la vía pública, las rampas existentes en cada paso de cebra…

A pesar de ello, y de estar «comparativamente mejor que otros países», el arquitecto considera que queda mucho por hacer: «Falta una formación específica en accesibilidad, que sea obligatoria para sacarse el título», sentencia Rovira-Beleta. Algo que, en la UIC Barcelona – School of Architecture, donde él imparte clase, se cuida mucho de que cada estudiante incorpore la accesibilidad a su conocimiento como profesional, a la hora de realizar proyectos, obras o diseños.

Necesidad de asesoramiento en accesibilidad

«Falta también asesoramiento en accesibilidad en la mayoría de proyectos, y especialmente en proyectos emblemáticos de cada ciudad, por parte de personas expertas, que conozcan a fondo la normativa, y control de calidad», se lamenta. En su experiencia en hospitales, hoteles y residencias geriátricas, aún se continúa detectando muchísimas deficiencias; en especial en baños imposibles de utilizar por personas en sillas de ruedas o de movilidad reducida muy severa, con duchas con mamparas fijas o váteres a alturas inadecuadas, o falta de barras de ayuda de soporte a la transferencia a estos elementos sanitarios.

«La gente piensa que las personas con discapacidad no aportamos, y muchos técnicos no incorporan las normativas de accesibilidad universales, mientras no les obliguen», añade. Por ello, como profesor y arquitecto, sigue inculcando esa marca personal de su trabajo: «La mejor accesibilidad es la que pasa desapercibida».

«Gracias a las personas con discapacidad, lo que es accesible para nosotros lo es para todo el mundo», afirma Rovira-Beleta. Y es que con la edad, tengamos o no una discapacidad física, visual, auditiva y/o cognitiva sobrevenida, nuestra autonomía se verá irremediablemente reducida: «La arquitectura del siglo XXI es la de la gente mayor; y todos queremos ser mayores, pero nadie quiere envejecer», concluye: «No es hasta que se viven experiencias de falta de visión, audición, movilidad, comprensión de los mensajes… cuando la gente es capaz de darse cuenta de lo necesaria que es la accesibilidad en este siglo XXI, para mejorar la calidad de vida de todas las personas».

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